El mes de octubre no ha podido resultar más accidentado en Cataluña y España. A un confuso amago de referéndum,
convocado al margen de la legalidad española y mal gestionado por el gobierno,
sucedió un martes de huelga general en Cataluña (“paro de país”). En la misma noche del martes 3 de octubre el rey de España hizo una descripción
dramática de la situación y pidió se restableciese el orden constitucional. Después
de dicha fecha son frecuentes las noticias de empresas que anuncian el cambio
de su sede social desde Cataluña a otras autonomías.
La
secesión de Cataluña respecto de España implica la salida de dicha región de la
Union Europea. De este modo, los bancos con sede en Cataluña quedarían sin un
Banco Central detrás, esto es, sin un prestamista en última instancia, que
ahora les aporta liquidez en condiciones excepcionales. También supondría la
salida de los bancos del Fondo de
Garantía de Depósitos. A las anunciadas salidas de los bancos Sabadell y
Caixabank han sucedido noticias de deslocalización de otras empresas
importantes, entre las que destacan, por su relevancia en Cataluña, Gas Natural
y Aguas de Barcelona.
Un reciente
trabajo de Paul de Grauwe (“Catalonia and Brexit: The same nationalism”, Social
Europe, 6.10.17) equipara el nacionalismo catalán con el que en el Reino Unido
llevó a que saliera adelante el Brexit, esto es, la salida de dicho país de la
Unión Europea. Tal nacionalismo se apoya
en unos cuantos mitos: primero, es necesario que exista un enemigo externo, que
sería España en el caso de Cataluña. En segundo lugar, el pueblo en lucha
tiene, según los dirigentes, una identidad claramente definida. Los políticos deben de escuchar el deseo del
pueblo. Debe de haber una sola voz, no dejando margen para las voces
opositoras.
El tercer mito es que la independencia
generará mayor prosperidad. La toma del control de los medios por parte del
pueblo llevará a lograr el mayor de los desarrollos. Sin embargo, la globalización socava la soberanía nacional.
Las multinacionales provocan
mayores reducciones de impuestos en países de Europa que cuando tales países actúan de forma
coordinada. Importan más las barreras no arancelarias que las arancelarias. Los
estándares los establecen países como Estados Unidos, China y la Unión Europea.
La ganancia de soberanía es formal, con lo que de hecho disminuye la
soberanía real del país que actúa en
solitario.
En Cataluña
existe una fuerte confusión acerca de la política que adoptaría el gobierno de
la nueva nación, a la vista de la heterogeneidad de las fuerzas políticas que
integran la actual mayoría parlamentaria. Está teniendo lugar un cierre de
filas del poder económico y financiero ante los sucesos políticos que se vienen
produciendo, tanto por la ruptura flagrante y provocativa con la normativa
española como por la evidencia de que se quiere obtener el poder a partir de la
presión de la gente desde la calle. Las empresas sienten incertidumbre ante el
marco jurídico que se avecina en caso de lograr Cataluña la independencia, lo que perjudica la inversión.
Un editorial de
La Vanguardia (7.10.17) ha subrayado que no es de recibo que los máximos responsables de las finanzas
públicas catalanas se hayan limitado a minimizar
el impacto de los traslados de empresas, en lugar de dar explicaciones sobre lo
que está sucediendo.
La independencia de Cataluña podría llegar a
ser un “shock” de magnitud superior al más duro de los “brexit” y ello por la
salida inmediata de la Unión Europea que
la declaración de independencia de Cataluña podría producir. Pero el uso de la
fuerza para impedir la independencia favorecería a
los separatistas y podría traer calamidades sobre España, Cataluña y la
UE (W. Munchau, “A Catalán breakaway would make Brexit look like a cake walk”, FT,
9.10.2017)
Este artículo se publicó
en la revista digital El Siglo de Europa el 6.10.2017.
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