Las previsiones económicas de la OCDE de
mayo de 2016 han confirmado la
continuidad en 2016-17 del bajo crecimiento posterior a 2008. Dicho organismo
ha subrayado los riesgos de la persistencia de dicha situación para la economía
global. En 2016 se ha extendido la práctica de tipos de interés negativos por
parte de los bancos centrales. Se refuerza así el carácter agresivo de la actual política
monetaria, respecto de la cual se resalta su incapacidad para lograr que la
economía salga de la situación de bajo crecimiento.
El ritmo de crecimiento de los países de la
OCDE bajará desde el 2,1% de 2015 al
1,8% en 2016. El aumento del comercio mundial descenderá desde el 2,6% en 2015
hasta el 2,1% en 2016, por debajo de su tendencia histórica. Dicho organismo
considera que la economía global ha entrado en una “trampa” de bajo crecimiento.
Ello reducirá el aumento de la
inversión productiva y mantendrá elevado
el desempleo. Además, persistirá el bajo aumento salarial, crecerán las desigualdades y bajará el PIB potencial
de las economías desarrolladas.
Cualquier shock externo significativo puede
conducir a la economía global a una nueva recesión, según la OCDE. La política
económica debe de dejar de apoyarse solo en la sobrecargada política monetaria. Se debe
ampliar el débil papel de la política fiscal y estimular a la inversión
productiva empresarial, que es el factor que
tendría mayores efectos multiplicadores sobre la evolución de la
economía.
Pero la política económica actual está lejos de tomar el perfil más
diversificado que sugiere la OCDE. En 2016, además de seguir practicándose con
intensidad la política de “alivio
cuantitativo” o de inyección de liquidez en la economía mediante la compra de
deuda pública y privada por los bancos centrales, se ha extendido la práctica
de tipos de interés negativos desde dichas entidades.
La forma más visible de tal política es el cobro de intereses a los
bancos por las reservas de liquidez depositadas en los bancos centrales. Se
pretende que los bancos aumenten la concesión de nuevos préstamos y también su
inversión directa. Pero los tipos de
interés negativos pueden tener efectos no deseados.
Ejemplos de esto último son los casos de los descensos significativos que
ya están teniendo lugar en la rentabilidad de los bancos, que hasta ahora no
han extendido la percepción de intereses a los depositantes, aunque no falta
mucho para legar a esa situación. Otra
consecuencia es el estímulo a que los
bancos asuman riesgos excesivos, provocando burbujas en los precios de los activos, algo
de los cual se advierte en los crecientes
precios de las viviendas en un amplio número de países de Europa Occidental.
En Alemania las
consecuencias de los bajos tipos de interés han llegado lejos. El ministro de
Finanzas, Schauble, responsabilizó a la política antideflacionista del BCE de parte del auge electoral del partido ultraderechista Alternativa para Alemania.
Ese país se ha beneficiado de dicha política, pero ello no satisface a los
hogares que van a votar habiendo perdido gran parte de la rentabilidad de sus inversiones. En
Alemania se subraya el efecto negativo de los tipos de interés casi nulos sobre
los ahorradores, sobre los resultados
bancarios, lo que ha obligado a cerrar oficinas y a cobrar más comisiones por
servicios, sobre las compañías de seguros, comprometidas a pagar rentabilidades
ahora inalcanzables por los seguros suscritos y, por último, sobre los fondos
de pensiones, que corren serios peligros de no poder cumplir sus compromisos en
los próximos años (Financial Times, “Germany: Draghi v the banks”, 31.5.2016).
Según el
biógrafo de Keynes, Robert Skidelsky (“The false promise of negative interest
rates”, www.socialeurope.eu, 31.5.2016), Keynes, de estar vivo, calificaría los tipos de interés negativos como una medida
desesperada de quienes creen no queda otra cosa que hacer para salir de un
peligro. En la “Teoría General”, Keynes subrayó que los bajos tipos de interés
pueden dar lugar a mayores niveles de inversión, pero tal efecto se pierde si las expectativas de beneficios descienden
a mayor ritmo que los tipos de interés. ”El dinero actúa como un licor
estimulante sobre la actividad económica,
pero el licor se puede perder entre la copa y los labios”.
Experimentos
como la compra masiva de bonos públicos y privados para aportar liquidez a la
economía y los tipos de interés negativos (solo falta la formula friedmaniana
de que un helicóptero arroje dinero recién impreso sobre las ciudades) no han
mejorado la situación. Skidelsky califica a los tipos de interés negativos como de distracción respecto de un análisis que fue y sigue
siendo equivocado, y que sobre todo se revuelve ante la idea de que crezca el
papel del sector público en la economía.
Todo apunta
a la necesidad de emplear la política
fiscal y de que el gobierno pida prestado del banco
central o de un banco de inversiones para gastar el nuevo dinero en inversiones necesarias (renovación de los sistemas de transporte, tecnologías de ahorro energético, refuerzo de
la digitalización…). Sin intervención directa de los gobiernos el echar billetes sobre las multitudes no
arreglará nada, cuando ese dinero podría servir para mucho si lo emplea el
sector público con una visión global
para toda la Eurozona.
Una versión de este
artículo se publicó en la revista semanal El Siglo de Europa el 12 de junio de
2016
[1] JRL es
miembro de Economistas frente a la
crisis y vocal del Consejo Superior de Estadística del INE