30 septiembre 2009

Elecciones europeas: ganan los conservadores, pero cambia la política económica

Julio Rodríguez López
Los resultados electorales del pasado 7 de junio en la Unión Europea han puesto
de manifiesto un evidente retroceso electoral de los partidos socialistas y
socialdemócratas, mientras que han ganado puntos los partidos conservadores.
Dicho resultado se ha producido a pesar de que la grave crisis económica
mundial ha puesto en cuestión algunos elementos básicos de la política
económica desarrollada en los últimos años.
La desregulación de los mercados en general y del sistema financiero en
particular, la orientación de las políticas fiscales hacia la reducción del peso del
gasto público en la economía, el manejo de los tipos de interés como eje central
de la política económica, la consideración generalizada de que los mercados
tienden a autorregularse... han sido elementos clave de la ortodoxia económica
conservadora dominante desde los años ochenta. Junto a lo anterior, han
predominado los objetivos a corto plazo frente a los objetivos clásicos
(crecimiento, empleo, balanza de pagos, distribución no excesivamente desigual
de la renta nacional).
Sin embargo, las actuaciones desarrolladas para hacer frente a la crisis
económica iniciada en 2007 con “la madre de todas las burbujas globales del
mercado de vivienda” (P. Krugman, The Economist, “Dismal science”, 13 de
junio de 2009), han supuesto una ruptura evidente con la ortodoxia económica
desarrollada durante casi un cuarto de siglo.
Así, desde el otoño de 2008 se ha apelado a mayores niveles de gasto público y
al déficit público creciente para responder a las brutales caídas de la demanda y
de la liquidez bancaria, situación que tuvo lugar sobre todo tras la quiebra del
banco Lehman Brothers en septiembre de 2008. Se han reducido hasta el
mínimo los tipos de interés de los bancos centrales, se han practicado políticas
agresivas de saneamiento de bancos en situación problemática y, por último, se
han aplicado políticas de “alivio cuantitativo”, consistentes en ampliar de forma
sustancial los balances de los bancos centrales.
Con dicha política económica se ha tratado de mantener en pie no sólo la
demanda efectiva y la actividad productiva de la economía, sino que se ha
aportado masivamente liquidez a bajo coste a bancos y a empresas financieras y
no financieras. La política en cuestión ha sido aplicada por numerosos
Gobiernos de diferentes coloraciones políticas. De camino, algunos líderes de
partidos conservadores, como es el caso de Angela Merkel en Alemania y de
Nicolas Sarkozy en Francia, no han ocultado sus críticas a los excesos del
capitalismo anglosajón.
El análisis empleado para racionalizar el ataque a la crisis recuerda bastante a lo
más esencial de las recomendaciones de Keynes y de Minsky para superar las
crisis del pasado: la actividad y el empleo dependen de la demanda efectiva,
dentro de la cual la inversión depende sustancialmente de los tipos de interés y
de las expectativas. Los salarios nominales son rígidos a la baja. Demanda
efectiva, salarios nominales y el nivel de empleo determinan los salarios reales.
La deflación salarial conduce a una menor demanda y a menores niveles de
actividad y de empleo.
El capitalismo resultante tras la superación de la crisis tendrá sin duda mayores
niveles de regulación, en especial dentro del sistema financiero. Se ha evitado la
depresión, pero el crecimiento previsto para la fase de recuperación parece va a
ser demasiado débil como para mejorar a corto plazo la penosa situación del
empleo en los mercados de trabajo.
“Keynes pensaba que el capitalismo, si se le sabe llevar, puede ser efectivo en la
consecución de los objetivos económicos... El logro de un nivel satisfactorio de
empleo es el concepto más ideológicamente consistente de la ‘Teoría General’
de Keynes”. (Joan Robinson, “Filosofía económica”, Gredos, 1966). Los
votantes, como Keynes, no parecen querer desmontar del todo el capitalismo,
aunque abominen de los aspectos más abusivos de lo que hay ahora; y aunque
se considere normal, tras la crisis, la realización de amplias reformas
institucionales, entre las que destaca la conveniencia de unos mecanismos
reguladores y de una supervisión bancaria y financiera cada vez más globales.
Los votantes prefieren alcanzar las ventajas de la globalización a la vez que
buscan seguridades contra las consecuencias de la integración económica. Ante
una crisis tan grave como la desatada en el verano de 2007, faltó una propuesta
desde el centro-izquierda político promoviendo una distribución mayor de las
oportunidades de la globalización (Ph. Stephens, “Crisis? The market confounds
the left”, FT, 12 de junio de 2009). Pero sobre todo en la izquierda política sigue
faltando convicción y un propósito decidido y no vergonzante de hacer frente a
los nuevos problemas, reduciendo el alcance de los mismos. En lugar de
limitarse a ofrecer certezas y garantías supuestamente tranquilizadoras.
Publicado en El Siglo