La
inestabilidad ha reaparecido en los mercados bursátiles y de capitales. Las
recientes caídas y recuperaciones de la bolsa devuelven las escenas
preocupantes de 2008, en tiempos de la quiebra del banco Lehman
Brothers. Toda Europa puede estar al borde de una tercera recesión, que de
nuevo pondría en peligro la supervivencia
de la Eurozona.
La primera recesión se extendió entre 2008 y
2010 y se derivó de la profunda crisis
financiera detectada en 2007, que
provocó una fuerte y generalizada restricción crediticia que frenó en seco el
crecimiento económico. La recaída tuvo lugar
entre 2011 y 2013 y en ella tuvieron
bastante que ver las políticas de
ajuste puestas en marcha por los gobiernos
para superar el elevado endeudamiento
público generado en la recesión previa.
Tales políticas de ajuste, derivadas del Pacto por la Estabilidad y el
Crecimiento, han dado lugar a una situación
de comportamiento económico mediocre en la Eurozona, lo que la ha
convertido en un marco frágil para hacer frente a nuevos problemas. La
recuperación de la Eurozona iniciada en 2013 aparece, pues, como muy debilitada en 2014.
El último repaso a la coyuntura económica
publicado por el Fondo Monetario Internacional
(FMI, World Economic Outlook, Octubre 2014) ha puesto de manifiesto una realidad de crecimiento económico
dispar a nivel mundial. Las previsiones
económicas de otoño de la Comisión Europea han sido asimismo deprimentes. El
PIB de la Eurozona solo crecerá en 2014 a un más que modesto ritmo del 0,5%, y
solo un 0,8% en 2015.
Según dicho
informe los indicadores de confianza
están donde estaban a fines del pasado año. El bajo crecimiento no es cuestión
solo de factores temporales. La inversión ha fallado en convertirse en un motor importante de crecimiento. Unos días
después la OCDE ha señalado que el BCE debe de
comprometerse a ampliar su programa de compra de activos por encima
de lo previsto.
Según el FMI
la economía mundial no genera demanda suficiente como para lograr que se eleve
el crecimiento potencial. El
insatisfactorio avance conseguido se ha
logrado a golpes de políticas monetarias expansivas o de “alivio cuantitativo”, impulsadas por los bancos centrales de las
principales economías. Dichas políticas
monetarias actúan a través de “booms” crediticios que ocasionan burbujas especulativas, y esta
vez dentro de un comportamiento económico mediocre. Por ejemplo, durante el
auge inmobiliario de España desarrollado entre 1997 y 2007 la burbuja del mercado de vivienda estuvo
acompañada de un intenso crecimiento de la economía.
Pero la
entrada en España desde 2012 de
abundante liquidez, estimulada por las actuaciones citadas de los
bancos centrales, provoca auges de precios y de ventas solo en un segmento “prime” del mercado inmobiliario.
Dicha evolución apenas se deja sentir en
la profundidad de dicho mercado. Las nuevas burbujas resultan ahora posibles en
un contexto de escaso crecimiento económico, lo que destaca los efectos
secundarios negativos de tales políticas.
Las expansiones monetarias provocan
tipos de interés reducidos, que se
prolongan durante largos años y que afectan de forma negativa a los segmentos
más débiles de la población, como es el caso de la población que complementa
los ingresos con depósitos en las entidades de crédito. “La Eurozona parece
estar esperando al Godot de la demanda global para convertirla en crecimiento y
conseguir así la sostenibilidad de la deuda. Esto podría funcionar en el caso de países pequeños, pero no va a
funcionar para todos a la vez” (Martin Wolf, “Estamos atrapados en un ciclo
de booms del crédito”, FT, 7.10.2014).
Tras
un primer semestre de 2014 decepcionante en el conjunto de la Eurozona,
el PIB está en 2014 por debajo del nivel
del inicio de 2008. La baja inflación generalizada es un reflejo de la falta de tensión de la
demanda. El desapalancamiento se realiza a un ritmo lento, puesto que el PIB
nominal crece menos que la deuda.
La reacción volátil de los mercados, visible desde la tercera semana de octubre de
2014, no es una nueva crisis de deuda. El estancamiento detectado en la Eurozona en
2014 y las débiles previsiones de crecimiento del informe del FMI para dicha
área resultan tanto o más perturbadoras
que cuando se trata de una crisis de deuda.
Las
consecuencias de una situación de “estancamiento secular” son, entre
otras, un desempleo elevado y duradero,
unos niveles de pobreza crecientes para amplios estratos de la población, un
estancamiento e incluso reducción de los
salarios nominales y reales, una fuerte y persistente carga de la deuda y unos
servicios sociales cada vez más deficientes (Wolfgang Munchau, “El
estancamiento europeo es una amenaza mayor que la deuda”, FT, 19.10.2014).
Los resultados
de los análisis de la calidad de los activos bancarios, dirigidos por el BCE, y los de las pruebas de stress organizadas por
la Autoridad Bancaria Europea (EBA), efectuadas a los 130 mayores bancos de la
Eurozona, se presentaron el domingo 26 de octubre con abundante acompañamiento
mediático. De tales resultados se derivaban unas necesidades de capital para dicho
grupo de bancos de 24.600 millones de euros a fines de 2013, equivalentes al
0,09% de los activos bancarios.
Una
investigación paralela, efectuada con distinta metodología para un subgrupo de
bancos de entre el total antes citado, ha estimado unas necesidades más significativas de capital, el 3,6% de los
activos, lo que implicaría que persiste el carácter “zombi” de muchos de los bancos de la eurozona. Un
estímulo fiscal temporal de alrededor del 1% del PIB durante dos años,
financiado y monetizado con carácter permanente por el BCE podría ser una de las medidas precisas para
impedir el estancamiento secular (Willem Buiter, “Four rescue measures for stagnant
eurozone”, FT, 30.10.2014).
La Eurozona
no está en condiciones de reaccionar ante
tal situación como lo haría un país “normal”. Para hacer frente al
estancamiento con medidas de estímulo sería necesario haber avanzado más en la
unión política, llegando más lejos en aspectos tales como fiscalidad, unión bancaria y emisión de eurobonos. El
antikeynesianismo germánico frena el
alcance de la política fiscal contraciclica. El débil crecimiento pone en
cuestión a la Eurozona y a la deficiente unión monetaria creada al implantar el
euro.
El citado
estancamiento secular y el aumento de las desigualdades tienen consecuencias políticas devastadoras.
Nacionalismos y populismos reaparecen con su peor cara. No basta con encontrar
las recetas económicas adecuadas, es
preciso además aportar respuestas
políticas a los problemas, como se advierte cada día con mayor claridad en
España.
Una versión de este artículo se
publicó en la revista semanal El Siglo de Europa, de 27.10.2014
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