Al final de 2017 resulta evidente el empuje
del mercado de vivienda en España. De forma simultánea, el acceso a la misma se
complica para una amplia proporción de hogares. Después de tres episodios de
burbuja inmobiliaria en los últimos 50 años, del que el tercero fue el de más
alcance, parece estarse en puertas de
una cuarta versión de la misma, sensible a los vaivenes del problema catalán.
El crecimiento registrado en 2016-2017 en los precios de venta de la vivienda (5,5%), en los
alquileres, en las transmisiones
inmobiliarias (más del 15%, unas 525.000 en 2017), en especial de vivienda
usada, y de la nueva construcción
residencial (por encima de las 80.000 en este año) confirma la presencia de un
mercado inmobiliario suficientemente entonado y en el que se anuncian
importantes volúmenes de nueva construcción.
El aumento de la construcción residencial ha
empujado la creación de empleo en el sector de la construcción, cuya variación
interanual casi duplica la del conjunto del empleo (la afiliación a la
seguridad social en la construcción en octubre
aumentó en un 7,5% anual). Las viviendas iniciadas han crecido en 2017
por encima del ritmo de creación de hogares (82.000 nuevas viviendas frente a
59.500 nuevos hogares). El esfuerzo de acceso a la vivienda para los hogares
unifamiliares mileuristas netos supera
el 60% de los ingresos, lo que les obliga a vivir en viviendas de alquiler compartidas.
Se puede volver
a reforzar el excedente de viviendas de nueva construcción no vendidas.
Además, una buena parte del nuevo stock no será
utilizado, puesto que predominan los inversores
entre los adquirentes. Estos últimos han sido expulsados de los depósitos bancarios por la
nula o negativa rentabilidad de estos últimos.
La historia se
repite. En un reciente trabajo presentado en las” I Jornadas hacia una nueva
Política de Vivienda”, el economista y
estadístico José Manuel Naredo ha
subrayado como en España se ha propiciado en general el carácter de la vivienda como inversión frente a su naturaleza de bien de uso. Como
consecuencia se han encadenado sucesivas burbujas inmobiliarias, que han
originado una sobredosis de edificios, de viviendas y de suelo recalificado
como urbanizable residencial.
El
desenlace han sido unas enormes
plusvalías obtenidas por una minoría. Naredo habla de un neocaciquismo. En lo más
profundo de la pasada recesión, un maestro comentaba al autor de este trabajo que “nadie en el pueblo podía imaginarse
que personas tan poderosas pudiesen
sufrir retrocesos tan espectaculares en sus fortunas, después de haberles visto
enriquecerse en tan poco tiempo”.
El modelo
inmobiliario-financiero vigente en España aparece como agotado y corrupto y, lo que es
peor, no resuelve los problemas de acceso a la vivienda. Dicho modelo impulsa un modelo de crecimiento
excluyente. No existe el menor escrúpulo
por parte de sus protagonistas, los ayuntamientos a la cabeza, para arrasar
cualquier forma de actividad productiva sostenible y situar en su lugar nuevas
edificaciones, realizadas al margen de
la demanda real de vivienda.
La aceleración de la construcción residencial
coincide con el empeoramiento en la balanza comercial. La economía española
avanza y gana competitividad cuando el
mercado de vivienda pasa por coyunturas de moderación. En cuanto la
especulación se dispara, España pierde
competitividad ante el desvío masivo de
ahorro y recursos hacia la construcción residencial. Urge desarrollar políticas
de vivienda que ayuden de forma concreta
al alquiler y que clarifiquen la realidad de las viviendas vacías. España debe
dejar de ser campeón en cuanto a volumen de construcción y colista en cuanto a
vivienda social se refiere.
Este artículo se publicó
en la revista digital El Siglo de Europa el 8 de diciembre de 2017.
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