El primer mes del verano de 2016 ha estado
acompañado de un conjunto de
circunstancias poco proclives al optimismo. Entre las mismas destacan el
resultado negativo del referéndum británico sobre la continuidad o no de dicho
país dentro de la Unión Europea, la nueva masacre terrorista en Francia, el
frustrado golpe de estado en Turquía, las evidencias de tensiones raciales
profundas en Estados Unidos. En este país el populista de derechas Donald Trump se ha visto confirmado como
candidato republicano a la presidencia de dicho país en las próximas elecciones de noviembre de
2016.
El resultado
del referéndum británico ha provocado una
fuerte sacudida política en el Reino Unido. En dicho país hay un nuevo primer ministro, tras la
acelerada dimisión de Cameron, y está en crisis el partido laborista, circunstancia
que está permitiendo gobernar a los conservadores sin apenas oposición. El
Reino Unido es la tercera economía de la Unión Europea, pero su desenvolvimiento económico no tiene la vida fácil. Sus reservas de divisas cubren las
importaciones de unos seis meses y destaca que el déficit corriente está próximo al 7% del
PIB, que es un nivel considerable.
La economía
británica va a depender de las aportaciones de ahorro procedentes del resto del
mundo. De momento la libra se ha estabilizado en un nivel inferior en un 10% al
precedente al brexit. Todo hace indicar que la política económica británica se
ha complicado profundamente respecto de la situación precedente, puesto que el
brexit materializa todos los riesgos a la baja en la evolución de la economía Resulta ya visible el retraimiento del
consumo, el freno a la compra de inmuebles lujosos en Londres por parte de no
residentes, la caída en la inversión exterior, en general, y el empeoramiento
de expectativas que han señalado las encuestas de opiniones empresariales
realizadas en julio de 2016.
En principio sorprende el voto de los
británicos en una cuestión que tanto afecta a los intereses económicos de dicho
país y, sobre todo, el que previamente al referéndum no se estableciesen garantías previas a la votación, como la
exigencia de una proporción mínima de votantes y el establecimiento de un
resultado mínimo superior al 50%.
Sin embargo,
todo implica que el votante británico medio ha dispuesto de información como
para anticipar las complicaciones que le puede caer como consecuencia de su voto negativo en el
referéndum en cuestión. Dicho votante ha desconfiado de las opiniones de los
“expertos”, de los cuales recuerdan que no anticiparon la profunda crisis de
2008.
Además, dichos expertos han defendido a fondo la “hiperglobalización”, y no han
tenido en cuenta con frecuencia los efectos de las políticas adoptadas (L. Pisany-Ferry,
“¿Porque los votantes ignoraron a los expertos?”, www.socialeurope.eu, 5.7.2016), entre las que los
recortes presupuestarios y la plena
libertad de movimiento de capitales provocaron las consecuencias más trascendentes.
Las políticas
económicas convenientes deben de apoyarse más en las evidencias disponibles, tienen
que ser más concretas y menos genéricas y deben de incluir actuaciones que corrijan
o palíen los efectos más
negativos de las mismas. Las políticas económicas deben atender a mejorar la
eficiencia de la economía, pero deben
atender también a que se repartan mejor
los resultados del aumento de la eficiencia (Antón Costas,”El populismo: el
reverso del cosmopolitismo”, El País de los Negocios, 10.7.2016).
En lo político,
el brexit británico y las experiencias de numerosos países europeos confirman
la presencia de una reacción política radical de derechas ante la evolución de los problemas económicos
y, sobre todo, ante la importante
entrada en Europa de un elevado número de refugiados desde el verano de 2015.
Desde la
izquierda se ha carecido de un programa claro para remodelar el capitalismo en
su versión presente y canalizar mejor la globalización en el siglo XXI.
Numerosos dirigentes de izquierda han abrazado el fundamentalismo del mercado y
ha adoptado sus principios centrales. Se considera que dicho vacío
intelectual de la izquierda se ha ido corrigiendo
de forma gradual. Ejemplos de lo anterior son las reformas radicales
realizadas de los sistemas bancarios, la
mayor atención a la desigualdad, el reforzado interés por la inversión pública
para mejorar las infraestructuras e impulsar la economía verde (Dani Rodrik,
“La abdicación de la izquierda,” www.eldiario.es, 11.7.2016).
Si la Unión Europea
tiene mala imagen en el Reino Unido y en amplias zonas de su territorio, ello
se debe a la falta de mecanismos que protejan a los perdedores de la
globalización. La propia Unión Europea, con su política de extremada
austeridad, ha reducido la capacidad de
los gobiernos de actuar como protectores de dichos perdedores (Paul de Grauwe,
“La UE debe tomar partido por los perdedores de la globalización”,
www.socialeurope.eu,4.7.2016).
El Fondo Monetario Internacional ha procedido a revisar a la baja las previsiones
de crecimiento mundial, resultando más drástica la revisión a la baja del crecimiento
previsto para la economía británica.
En sus previsiones actualizadas del mes
de julio de 2016, el FMI subraya la
necesidad de reducir la incertidumbre
sobre el brexit y sus implicaciones. No
solo hay que crecer más, sino que el crecimiento debe ser más inclusivo. Las
“sublevaciones” de los perdedores sociales pueden acentuarse. Es necesario modificar
de forma sustancial las políticas económicas, que deben no solo de ayudar a la
gente sino que tienen que dejar de ser una garantía de sufrimiento para amplios
sectores sociales.
Una versión más reducida de este artículo
se publicó en la revista semanal El Siglo de Europa, de 25.7.2016
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